Tenía otro nombre, pero se me dio por rebautizarla a la señorita. Me la encontré dos veces en poco tiempo y me llevó a esa época dorada del comienzo de la universidad. Recuerdo aquellos días como una mezcla de ansiedad estudiantil y angustia proletaria. Entre la UBA, universidad elitista, y trabajos de mierda, realidad eterna de los jóvenes argentinos de clases populares.
Soñé sus tetas grandes. Las soñé con fuerza. La veía desperezarse en clase y me excitaba: la espalda erguida y los globos de fuego contra el techo. Volaba y me quemaba a la par. Economía no entendía ni quería entender, pero iba a ver a la diosita de pelo negro y ojos claros raros (raros de hermosos).
Pude conocerla. Salimos. Y bueno, "pasaron cosas" (esta frase hermosa es lo único que le agradezco a Macri). Hoy, ocho años después, me río, mientras se me vienen al humo las sensaciones de aquellas tardes y noches.
Lamento haber buscado una redención en un amor humano. Virgen Atea hay una sola (Dios me mandó un milagro en forma de mujer para que no deje de creer). Me equivoqué al haber puesto todas mis expectativas en una muchacha. Quería encontrar en su mirada toda la felicidad que una vida de mierda me negaba (trabajo poronga, problemas familiares, pasado duro, futuro incierto, barrio marginal y más).
Cometí muchísimos errores. Hice de una jovencita inexperta un dios. Rogué infinitamente por su presencia. Imaginé un vínculo duradero apenas la estaba conociendo. Fui muy débil. Lloré mi suerte en soledad y esperé una caricia que nunca llegó. Sufrí un montón por mi falta de experiencia y humildad.
Por influencia de Hollywood y otras drogas culturales, creí que se me iba a dar la del perdedor que es salvado por una damita buena y sonriente. Intuía que se me abrirían muchas puertas. No por ella en sí ni a través de su persona. Simplemente, la entendí como una primavera que venía a renovarme. Las semanas pasaron y el trabajo de mierda siguió en mi vida (no podía acceder a nada mejor). Cada vez sufría más el maltrato laboral propio de un empleado de limpieza y cada vez la necesitaba más. Círculo vicioso que me destruyó por completo. Todo culpa mía.
Creo haber aprendido una lección: uno debe primero estar bien consigo mismo antes de querer estar con alguien. Una novia, amigovia o relación incipiente no debería ser un talismán o una psicóloga con sexo incluido. No niego el valor del apoyo moral, el amor y la contención en momentos de dificultad o en la cotidianeidad misma. Pero no va aferrarse con desesperación a pibitas que apenas salen de la secundaria o la universidad. En verdad, yo tenía 23 ese año, pero la madurez no caracteriza al común de mi generación ("millennial", palabra que odio, aunque hoy me viene bien).
Tenía ganas de decir todas estas cosas. Me siento mejor. Consejo a los hombres: si sus vidas son una mierda, intenten mejorar en soledad. No le carguen a otra persona el peso de sus dolores, fracasos y frustraciones. Ahora bien, si les aparece una heroína del amor que los ayude, o una amiga tipo la Virgen Atea, den gracias a Dios y disfruten de esa personita mientras esté en sus vidas. Consejo para mujeres: puede parecer contradictorio si se tiene en cuenta lo que dije antes, pero les recomiendo que, sin llegar al martirio, intenten apoyar al hombrecito que tienen al lado. Si es un pibe de buena madera, se convertirá en su orgullo y felicidad. Mejor apostar por chicos humildes que perder el tiempo con malotes con dinero...