Tomé el 64 en algún lugar de Palermo o Belgrano y me bajé en París, en la Torre Eiffel. Era un día de sol cortante, de frío frío, frío muy frío. Pero había sol y brillo. El cielo vestía más celeste que nunca. Decenas de paracaidistas se arrojaban con valentía sobre la capital francesa. Los sujetos no parecían militares. Tal vez no lo eran. Estaba de pie frente a un mundo cambiante. Contemplaba con alegría y admiración este despliegue de heroísmo. Un muchacho de casi cuarenta me encaró con porte viril. Vestía pantalón negro, botas de combate y camisa azul. Había otros sujetos con él. Parecían burgueses pacifistas. Pero esos hippies llevaban armas largas. Me dijo el hombre que me encaró que su gente no aparenta ser lo que es pero que "lo importante en la ocasión esta es el deber.""Muchos dicen que nosotros estamos en contra de la República pero somos nosotros los que la vamos a salvar. Y salvando a nuestra patria, también vamos a salvar a la humanidad en su totalidad." Hablaba un español muy bueno. Habrá pensado que soy corresponsal de algún medio argentino o español. Muy agradable el tipo: ojos celestes, sonrisa americana, tez blanca, rostro perfectamente afeitado, buen perfume, manos grandes, pecho ancho, piernas fuertes y brazos robustos. Un hermoso hombre de oscura cabellera engominada y facciones delicadas: nariz pequeña, boca chica, orejas imperceptibles. Se lo notaba muy seguro al seductor de la ametralladora colgante. Luego de haberme mirado por última vez, me pidió permiso y se retiró. Arengó a sus tropas y un mar de valientes desapareció en un baile de tiros, gritos y algarabía. Un golpe de Estado habría de consumarse para salvar a Europa de sus errores liberales...
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