Hoy caminé 5 km. Hasta Somellera y Murguiondo, a 2,5 km de mi casa. Me harté del encierro. Y me harté también de ser el único tarado que cumple la cuarentena acá. Todo el barrio agolpado en los bancos, cajeros, supermercados y farmacia. Yo me fui solito con el sol. Tomé la calle en subida y encaré para el lado de Estación Lugano. Me hizo bien respirar el aire de la tarde cálida y húmeda. Podría haber ido a un comercio de proximidad, pero en todos se veían colas largas e insalubres, como las de las prostiputas que no usan bidet. ¿Qué hace peor a la salud? ¿Alejarse un poco del domicilio en soledad o pegotearse en una fila con viejas chusmas y palurdos que no se tapan la nariz para estornudar? Ya lo dijo un poeta nacional: "¡Yo sé lo que envenena!" Si me hubiese parado la policía, yo habría mostrado mi documento y mi bolsita. ¿Y si preguntaban por qué uno se fue tan lejos? "Señor oficial, los comercios cercanos están abarrotados de irresponsables que no respetan el distanciamiento social obligatorio". ¡Chau! Sigo marchando hasta Roma. La burocracia kafkiana no me detendrá. Por el contrario, con el pretexto kirchnerista de comprar cosas que no necesito, llegaré hasta el Papa. Peregrino silencioso. Los soldados de la Cristiandad me abrirán paso con la diestra en alto: "¡Salve, Amigazo de Jesús!" Si un joven carpintero judío llegó a ser la persona más popular del mundo, no dudo de mi capacidad para librarme cada día del arresto domiciliario. Porque convengamos que el sedentarismo daña el cuerpo y la mente. Este estado de confinamiento nos inmunodeprime y nos deja con perturbaciones en todo el organismo. Que se aislen los viejos, los enfermos, los cornetas y los que se destruyen con tabaco. Como diría una feminista, "mi cuerpo, mi decisión".
Hoy caminé 5 km. Hasta Somellera y Murguiondo, a 2,5 km de mi casa. Me harté del encierro. Y me harté también de ser el único tarado que cumple la cuarentena acá. Todo el barrio agolpado en los bancos, cajeros, supermercados y farmacia. Yo me fui solito con el sol. Tomé la calle en subida y encaré para el lado de Estación Lugano. Me hizo bien respirar el aire de la tarde cálida y húmeda. Podría haber ido a un comercio de proximidad, pero en todos se veían colas largas e insalubres, como las de las prostiputas que no usan bidet. ¿Qué hace peor a la salud? ¿Alejarse un poco del domicilio en soledad o pegotearse en una fila con viejas chusmas y palurdos que no se tapan la nariz para estornudar? Ya lo dijo un poeta nacional: "¡Yo sé lo que envenena!" Si me hubiese parado la policía, yo habría mostrado mi documento y mi bolsita. ¿Y si preguntaban por qué uno se fue tan lejos? "Señor oficial, los comercios cercanos están abarrotados de irresponsables que no respetan el distanciamiento social obligatorio". ¡Chau! Sigo marchando hasta Roma. La burocracia kafkiana no me detendrá. Por el contrario, con el pretexto kirchnerista de comprar cosas que no necesito, llegaré hasta el Papa. Peregrino silencioso. Los soldados de la Cristiandad me abrirán paso con la diestra en alto: "¡Salve, Amigazo de Jesús!" Si un joven carpintero judío llegó a ser la persona más popular del mundo, no dudo de mi capacidad para librarme cada día del arresto domiciliario. Porque convengamos que el sedentarismo daña el cuerpo y la mente. Este estado de confinamiento nos inmunodeprime y nos deja con perturbaciones en todo el organismo. Que se aislen los viejos, los enfermos, los cornetas y los que se destruyen con tabaco. Como diría una feminista, "mi cuerpo, mi decisión".