Esa brillantez, esa esperanza, ese grito, ese cielo y esos muertos sentados a tu mesa. Las escaleras junto al pasto, las nubes, las banderas, el sol y los patos de piedra. El mamut, el lago, los caminos que convergen y las charlas postergadas en la eternidad. Tus ojos en la oscuridad y el gol infiltrado en un cero a cero de los peores. Las gradas más llenas que nunca y ese aire tan suave, tan sutil, tan quemante, con ese dejo de recuerdos, de antes, de voces, de después; miradas que fueron y abrazos inventados para pasar el invierno, caricias tostadas por el beso que se mató por no llegar. Y cinco minutos, una pausa para consagrar lo mejor de un año excitante, un año de revuelos, vueltas, ademanes y tiros al corazón de la galaxia puta Vía Láctea (su boca cósmica llena de los hijos de tipos extraños, mala leche de reyes inciertos).
La sonrisa de los que patinaron, el calor en los que fabricaron nieve y se lanzaron desde lo alto de la mañana para ver a la Argentina encenderse en un abrazo meteórico de risas, aplausos, gambetas y pelotas a la tribuna. El cóndor terrible para el mundo y esas chicas rubias que huyen de mis brazos para que pueda abrasarme a mí mismo en las llamas de una locura sin retorno, sin garantía de devolución. Y así llueve siempre color en mis sesos galopantes, cenizas que deliran esas horas tardías de agua, sueño, barrio, anhelo, carne, sangre, resplandor, rayo y muerte revelada.
Mi diosa, mi razón, mi lucha y mi voluntad. La veo en un suspiro desesperado de tormenta y tormento, en un revés y en un éxito robado a los imposibles del tiempo. Pero ella está allá, en una palabra vedada, en un sueño custodiado por los cadáveres de los ríos esquivos. A veces pienso que es un error enamorarse de una médica o de una sacerdotisa. El agradecimiento excesivo es idolatría. Pienso tanto que noto fuego en mi almohada y hago del invierno un sinsentido.
Siempre veo esas autopistas con avidez, con ansiedad, con todo. Los sueños de todas las noches, pese a ser muchas veces fragmentos de fragmentos, me revelan que en algún lugar, en algún punto, yace esa verdad que es solamente para mí. Porque se puede decir que dentro de uno está eso que se busca pero a veces no me alcanzo a mí mismo. Mi voluntad me traspasa y va en busca de esa cuadra que espera mi caminar y sus latidos alocados e incendiados de insomnio y brusquedad juvenil.
La idea es siempre la misma: verde, sol, cielo, agua, brisa, aire delicioso, ojos de natura y pelos al viento; cuellos perfumados, laminas de plata a los costados de los caminos, afectos danzantes, llaves todopoderosas, respuestas claves, triunfos inesperados, circunstancias leves, alivios extraordinarios, soledades a medias, silencios rebajados y un algo realmente nuevo adentro del pecho: una seguridad, una paz que permita mirar la vida con un dron.