No es santa de mi devoción pero desde esa aparición divina me hice seguidor de Cristina Fernández de Kirchner, por siempre la Presidenta. Sinceramente, en el pasado la puteé en lenguas muertas y con dedos vivos de fuego en redes de odio, de mentiras, difamación y corrupción. Soy kirchnerista de la última hora, de los últimos cinco minutos. Soy de la línea del Papa Francisco, el que maneja la unidad básica más grande del mundo, de la historia. Así también existieron los que se hicieron peronistas en Puerta de Hierro. Hay de todo en la viña del Señor.
Ella, la dama más hermosa luego de la Virgen María y Eva Perón, me fue a visitar a una casa grande donde estaba parando (es común que por ser desocupado me echen cada dos por tres de donde vivo). La mesa del living parecía la de un comedor parroquial: larga, muy larga, con mantel blanco y con dos bancos de plaza de cada lado. Alrededor, colchones en el piso, frazadas tiradas, libros y revistas en bacanal intelectual. Por ahí pasaron jóvenes y adolescentes que se creen muy genios por no mirar fútbol. Jugaba la Selección Argentina. Cristina, la muy cristiana, vino a mirar el partido con este pobre hombre solitario.
Ella y yo a la mesa. Nadie más. Los progres no miran fútbol. Menos si es gratis porque lo paga el Estado. Habíamos terminado de comer. Milanesa con puré y mucha nuez moscada. Para tomar, agua. Muy austeros, muy sanos. Yo y algunos kilitos de más. Cristina y su cuerpito de adolescente. Parece una piba de quince del cuello para abajo. Diosa. Vestía una pollera blanca abierta al costado. Su muslo izquierdo estaba caliente y se posaba en mi pierna derecha. Me miraba, se reía. Comía el flan con dulce de leche de manera delicada. Nunca vi una mujer tan fina, con tan buenos modales. Merkel, la vaca alemana, una pordiosera al lado de esta tipa que viene de Tolosa, de clase laburante.
Entretiempo del partido. Argentina le ganaba dos a cero a Brasil. Tranquilo. Dos goles de Messi en el Monumental. Algo raro. Lionel creyó que estaba en Barcelona y jugó un primer tiempo maradoniano. CFK estaba contenta. No entiende mucho de fútbol pero dice que es de Gimnasia.
Las cabeceras de la mesa estaban vacías. Nosotros estábamos frente al plasma, sentados como si fuéramos novios. Dieron una publicidad en el entretiempo muy curiosa: hinchas argentinos miraban un partido y se abrazaban tras un gol. La sala en la que estaban era parecida a la nuestra. Todos con camisetas blanquicelestes. Al terminar el comercial, una voz en off decía: "Los hinchas están protegidos por Raid, que los mata bien muertos". Polémica. Los mosquitos agonizantes tenían camisetas de Brasil bien amarillas, como los globitos de Mauricio. Pero lo más llamativo era que los fanáticos nuestros, al festejar, hacían la "v" de la victoria con los dedos.
- Cristina, ¿vos le pagaste a los publicistas para que los hinchas pusieran los dedos en "v"? Mensaje subliminal, bien ahí, eh. ¡Vamos a volver!-
Ella calló, río y asintió levemente con la cabeza. La había descubierto. Me dieron ganas de besarla y hacerle el amor como si de ello dependiera el futuro de la Patria pero me abstuve porque iba, sin quererlo, a cometer un magnicidio. No sea cosa que el polvo más caro de la historia tengan que pagarlo todos los argentinos con cuatro años más del inepto de Macri. En 2019 volvemos. ¡Vamos Cristina carajo!